A un lado, sacos de arroz de Malí, botellas de aceite de palma, paquetes de mijo, botes de crema de cacahuete… Al otro, todo tipo de cosméticos (cremas faciales, cremas corporales, tintes, champús, gel, etc.) específicos para personas de raza negra, para su piel tostada y su pelo prieto y rizado. Al fondo, postizos de cabello artificial de diferentes longitudes y texturas para que las chicas disimulen su pelo afro y luzcan melenas al estilo imperante en su sociedad de acogida. ¿Es un mini-supermercado, es una tienda extraña, qué productos son esos, tan exóticos?
La zaragozana europea que visite por primera vez ZarÁfrica no dejará de sorprenderse. Desde luego, no es un comercio orientado a sus gustos y necesidades cotidianas. Lo cual no quita para que pueda encontrar productos, sobre todo alimenticios, bien sanos y sabrosos pese a que no formen parte de su dieta habitual.
Un pequeño reducto incrustado en lo más profundo de Delicias para tratar de satisfacer a una parte de la abundante colonia inmigrante, especialmente la proveniente del África subsahariana, pero también con oferta dirigida los latinoamericanos.
“El 80% de la clientela es africana, pero también acuden muchas latinoamericanas, sobre todo, mestizas o negras”, explica la dueña del negocio, Beatriz Mutio, una keniata de sonrisa permanente que habla un castellano perfecto. No en vano, lleva en tierras aragonesas desde 1995, primero en Barbastro y luego en Zaragoza.

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Beatriz pesa arroz con la oferta de cosmética de fondo. Foto: Juan Manzanara

Una comerciante novata pero testaruda

Su historia, llena de sorprendentes avatares, se enmarca dentro del perfil más o menos habitual del inmigrante africano. Llegó a Aragón con nada y tras numerosas vicisitudes y duros trabajos normalmente no muy bien pagados, gracias a una vida austera y sacrificada, logró acumular unos ahorros que le permitieron hacerse con la tienda que hasta el verano de 2016 regentaba una chica nigeriana.
“Me metí en esto sin tener ni idea de nada. Además, nadie me asesoró ni me indicó por dónde debía dirigir mis pasos comerciales y empresariales”, rememora Beatriz Mutio. Su problema inicial más arduo fue contactar con proveedores de productos africanos. Los acabó localizando a través de Internet, “sin conocer a nadie”, y no todos resultaron fiables.
Ante ese panorama, no es de extrañar que se lanzara a realizar compras de material excesivas y poco acertadas, además de establecer precios para sus productos que se alejaban de las posibilidades de su clientela. El resultado inicial del negocio fue un pequeño desastre del que todavía se está recuperando esta emprendedora llena de energía, simpatía y testarudez quizá proveniente de su ya dilatado trato con aragoneses.
Para paliar las cuentas negativas y en vista de que con la cosmética lograba márgenes comerciales más holgados, hubo unos meses en que la tienda se especializó en los afeites para cuerpo y cabello y la comida quedó relegada.
Pero la clientela africana expresó su malestar y Beatriz hubo de retornar a los inicios: a un lado la comida, al otro, la cosmética. Las costumbres de sus consumidores se impusieron a los intereses comerciales para tratar de salvar el negocio.
En cualquier caso y a pesar de los duros momentos iniciales, la iniciativa comercial ha ido tomando pulso y en octubre de 2018 el balance comercial ha sido ya positivo, “aunque vivo al día, sin apenas gastos, y todavía arrastro cuantiosas deudas de mi desacertada gestión inicial”, explica la dueña de ZarÁfrica.

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Un excepcional cliente masculino comprando en ZarÁfrica. Foto: Juan Manzanara

Ampliación de ZarÁfrica

Además, como es una mujer que no se arredra ante nada, Beatriz Mutio ya está pensando en ampliar el local, transformando en zona comercial una amplia trastienda que ahora ejerce de trastero. Con ello quiere ganar espacio para más estantes de comida y cosmética, además de otros productos con los que enriquecer su oferta mercantil.
“Mi idea es que la tienda sea un pequeño supermercado al estilo y con productos africanos”, recalca con decisión esta keniata perfectamente asentada en la cultura occidental y ejemplo de que con trabajo e inteligencia se puede salir adelante desde las situaciones más comprometidas.
En ello ha jugado un papel estelar el carácter afable y acogedor de Beatriz Mutio. De hecho, muchas de las clientas (a la tienda entran sobre todo mujeres), además de comprar, charlan de forma distendida con esta tendera singular. Y en bastantes ocasiones los temas trascienden lo puramente comercial. La cosmética da mucho juego para ello, pero es que Beatriz ejerce también de consultora y asesora para personas que en ocasiones se muestran un tanto desvaídas ante un idioma, una organización social y humana que les son ajenos y no siempre acogedores.
La comerciante keniata se muestra comprensiva con la, a menudo, comprometida situación laboral, económica y administrativa de buena parte de su clientela, lo que se traduce en flexibilidad en cobros, ajustes máximos de precios y asesoramiento permanente en las compras y en la manera de desenvolverse en un entorno hostil.

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Beatriz ordena la zona de los postizos. Foto: Juan Manzanara

El curioso ‘Rincón del pelo’

Pese a que su clientela es mayoritariamente femenina, una parte de los estantes dedicados a productos de cosmética contienen productos específicos para hombres, “aunque en la mayor parte de las ocasiones se los compran ellas, sus mujeres o novias”, señala con un deje de ironía Beatriz.
Por supuesto, también son abundantes los champús y cremas para niños, aunque la estrella de la oferta comercial son los cabellos postizos. Es muy habitual la presencia de varias chicas jóvenes en el ‘rincón del pelo’, repasando una y otra vez los diferentes modelos, en los que, a pesar de que la propuesta de ZarÁfrica es bastante asequible, “gastan mucho dinero”, asegura la comerciante africana.
Todas ellas disponen de atención permanente por parte de Beatriz Mutio, que se multiplica pesando arroz, dando explicaciones sobre lociones o comparando pelucas cuando se acumula la clientela en su estrecho local. Es el modelo perfecto de tienda de barrio, con asistencia personalizada, exhaustiva y amable con cualquier cliente.
Ahora, la emprendedora keniata está ilusionada con mejorar las prestaciones de su negocio, por lo que va a contactar con los servicios municipales que asesoran en este tipo de iniciativas.
Tiene claras las posibilidades de la empresa y quiere ampliarla y mejorarla, sin grandes ambiciones, sólo para vivir con algo más de holgura y para poder satisfacer la demanda de una clientela a la que esta tienda le permite superar parte de la añoranza que sienten por su tierra de origen.

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Monja, limpiadora, cocinera, universitaria…

La trayectoria vital de Beatriz Mutio es apasionante y un ejemplo de permanente superación. Parece protagonizada por una temeraria aventurera especializada en saltos al vacío con caída libre, pero al final siempre se ha abierto un paracaídas movido por el arrojo y la firmeza de una mujer que atesora muchos arrestos en su cuerpo menudo.
El primer salto al vacío lo protagoniza Beatriz poco después de concluir su etapa de formación secundaria. A los 16 años dejó su país para ingresar como novicia en el convento de clausura de las Clarisas Capuchinas, en la localidad oscense de Barbastro.
Allí se plantó sin saber una palabra de castellano, con su vocación religiosa intacta y saliendo por primera vez de su pueblo de Koma, en el condado de Machakos, centro de Kenia, donde quedaron las casas de adobe, la falta de electricidad y agua corriente, pero también su familia, origen de una persistente añoranza.
Tras más de 12 años en el convento, la fe de Beatriz, al menos la que le impulsaba a seguir su vida de clausura, empezó a resquebrajarse y decidió abandonar el convento para trasladarse a Zaragoza. Había aprendido el idioma, pero desconocía por completo la sociedad exterior a la que debía enfrentarse. Segundo salto al vacío en una gran ciudad desconocida, sin oficio ni beneficio, aunque con la recomendación de una de las monjas de su antiguo convento para ser acogida en diversas residencias religiosas.
Un año después de llegar a Zaragoza “tenía tres trabajos y decidí instalarme por mi cuenta, aunque en un piso sin calefacción ni ascensor donde por primera vez en mi vida residía sola”, relata Beatriz.
Vida independiente y nuevo salto al vacío, esta vez acompañado de una enorme resolución, pues a los pocos años de su ‘emancipación’ decide matricularse en la Universidad a Distancia para estudiar Trabajo Social. Su empeño y sus capacidades le permiten graduarse en 2012, pero no encontró trabajo acorde con su nueva titulación.
A partir de ahí se produce su único momento de flaqueza. “Decidí hacer oposiciones. Compré libros, me preparé el programa, pero mi vida laboral era complicada y después de todo lo vivido, me deprimí. Al final no me presenté a las pruebas”, relata con cierta pena esta luchadora incansable.
Que se rehízo de nuevo, encontró un buen trabajo como cocinera y salió adelante una vez más. Tras algunas vicisitudes laborales, en 2016 se le presentó la oportunidad de hacerse con la tienda.